BARCELONA, SOLO IDA.

 


   Desde que la conocí el curso de los acontecimientos parece trucado. Es como si los sucesos que dan pie a los siguientes fueran fichas de un maléfico juego, y que alguien las colocara a su antojo como si se tratara de una partida de sobremesa de dominó cubano.
   De hecho, las circunstancias que se dieron para que aquel día coincidiéramos por primera vez en aquel lugar y a aquella hora, fueron muy significativas.  
   Recuerdo estar hablando con Raúl de lo extraño de aquella mañana, que los planes hechos se habían difuminado y que una serie de catastróficas desdichas me habían llevado allí a tomar un trago. También recuerdo que al verla, tuve la certeza de que todas las circunstancias que modificaron mi trayectoria aquella mañana, cada una de ellas, estaban porfiando para que la encontrase.
   Parece insano, pero lo supe, no fue un deseo, no fue una aspiración ni un sueño, fue una certeza. Una extraña sensación recorrió mi cuerpo, la misma sacudida que recibí cuando leyó las cartas del Tarot en una calurosa tarde de Barcelona. Fue como si esos instantes fueran a cámara lenta por su trascendencia en mi historia, me pareció que me lo jugaba todo a esa mano, y perdí dolorosamente. Y como buen perdedor, repito mentalmente una y otra vez la partida intentando descifrar la jugada equivocada. Intento secuenciar cada movimiento en busca de la estrategia que me hubiera dado el jaque al rey, y como botín a su princesa.
   Un ejercicio difícil porque me entretengo al regocijo de los buenos momentos y me disperso, goloso de revivirla. 
   Recuerdo la primera noche con ella tras una fiesta ramplona a la que asistimos, aún me persigue el eco del calambre que sentí cuando me besó por primera vez. Su olor, su cuerpo estremeciéndose sobre el mío, la calidez de estar en ella y su preciosa voz susurrando bonitos colores en mis oídos.  Me abrumaba la dulzura de sus gestos, la sutileza de su deseo y la suavidad de su mirada mientras nos amábamos. Bonitos y efímeros momentos.
   Ahora no sé qué pensar, llevaba unas semanas en la tarea de olvidarla, de digerir lo ocurrido asimilando lo que me hacía crecer y desechando lo que dolía. Quería dejar de amarla, algo comparable a auto-mutilarse, un horror de empeño destinado al fracaso por definición, un error 404.
   Es una mujer increíble. Nunca conocí a alguien como ella, atrevida, arriesgada, con talento, preciosa y si, algo perturbada. Pero eso, la hacía terriblemente atractiva. Es una entre un millón y por un momento pensé que…
   Y de repente apareció en escena de nuevo. Tan enigmática como fascinante, enredada en su que hacer, clarividente, enfadada, agobiada,… viva.  Blandiendo la espada de la autosuficiencia, pero a la vez mostrando su debilidad, …al fin.
   Yo solo puedo estarle agradecido. Desde que la conozco sufro el irrefrenable deseo de mejorar, vuelvo a sentir la rabiosa necesidad de crear, pero sobre todo, vuelvo a creer. No sé si será bueno o no para mí el contacto, o la eventualidad de volverla a ver. Lo que sí sé, es que la quiero, la admiro y la respeto, y esto estará siempre por encima de mis egoístas y posesivas expectativas. Así que solo me queda levantar mi copa, sacarme el sombrero, brindar por nosotros, y dejar que sea el tiempo quien decida lo que demonios debamos ser.



NO CONTINUARÁ.

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