EL FIN DE LA DICHA.

 Su cuerpo temblaba agitado por el pulso de su corazón. Fue un abrazo colmado de desdicha, un adiós sin retorno, un payaso sin sonrisa. Mientras sus cuerpos se alejaban, notó como una estremecedora desolación recorría su espina dorsal, brotando acuosa en su retina. Intentó en vano apelar al amor, que hasta no hacía mucho, habían compartido. Nada sirvió para contener al destino, nada pudo devolver la llama, la nada se mostró ante él como nunca antes la había observado. Notó el vacío de la levedad, sintió que ya nada podría devolverle a la vida, que había perdido la última oportunidad de la que disponía. 

-Amar y perder, o nunca haber amado. 

-Amar y perder, o nunca haber amado. 

Repetía una y otra vez como anti-mantra. Era lo único en lo que podía pensar, tras lo cual, el silencio. Paseaba por la atiborrada ciudad y solo escuchaba silencio. Absorto en su miseria, el silencio comenzó a ser la nada más locuaz que jamás escuchó. Triste, pensativo y solo, deambuló a través del tiempo entre el desconcierto y la culpa. 

-Lo volví a hacer, volví a perder el amor. La perdí y lo sabía, la perdía y se me olvidaba.

Aquella tarde no fue mejor que la mañana, se sentía culpable y terriblemente solo. Pensó que ya nada le vinculaba a la vida, que con Ella, había definitivamente muerto algo dentro de su ser. Pensó que si teniéndolo todo no había sido capaz de mantenerlo, jamás podría recuperarlo. Se pensó roto. Se pensó desahuciado. Se pensó imbécil e incapaz de mantener relación con la realidad. Se vio a si mismo enloquecido y absorto en una tristeza que le ahogaba. Reconoció su conducta, entendió que para él, tal vez, estaba vetada la dicha. Asumió con valentía su miseria y decidió que a partir de aquel día no quedaba butaca para él en esa comedia. Asumió que con Ella, él ,ya murió.